sábado, 27 de noviembre de 2010

UNA HOJA DE PAPEL


Mi carácter impulsivo, cuando era niño, me hacía reventar
 en cólera a la menor provocación.
 La mayor parte de las veces, después de uno de estos incidentes
me sentía avergonzado y me esforzaba
por consolar a quien había dañado.
Un día mi maestro, que me vió dando excusas
después de una explosión de ira,
 me llevó al salón y me entregó una hoja de papel lisa y me dijo:
¡Estrújalo! .
 Asombrado, obedecí e hice con él una bolita.
Ahora -volvió a decirme- déjalo como estaba antes.
Por supuesto que no pude dejarlo como estaba,
 por más que traté, el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.
El corazón de las personas -me dijo el maestro-
es como ese papel...
La impresión que en ellos dejas, será tan difícil de borrar
como esas arrugas y esos pliegues.
Así aprendí a ser más comprensivo y más paciente;
cuando siento ganas de estallar,
 recuerdo ese papel arrugado.
La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar.
 Más cuando lastimamos con nuestras reacciones
 o con nuestras palabras.
Luego queremos enmendar el error, pero ya es tarde.
Alguien dijo una vez:
"Habla cuando tus palabras sean tan suaves como el silencio".
Por impulso no nos controlamos y sin pensar arrojamos
 en la cara del otro palabras llenas de odio y rencor,
 y luego, cuando pensamos en ello, nos arrepentimos.
 Pero no podemos dar marcha atrás,
no podemos borrar lo que quedó grabado.
Muchas personas dicen:
"Aunque le duela se lo voy decir"...,
 "la verdad siempre duele"...,
"no le gustó porque le dije La verdad"...,
etc, etc.
Si sabemos que algo va a doler, a lastimar,
 si por un instante imagináramos cómo podríamos sentirnos
 nosotros si alguien nos hablara o actuara así...
 ¿lo haríamos?
Otras personas dicen ser frontales y de esa manera
se justifican al lastimar:
"Se lo dije al fin... para que le voy a mentir...,
yo siempre digo la verdad aunque duela"...
Qué distinto sería todo si pensáramos antes de actuar,
si frente a nosotros estuviéramos sólo nosotros
y todo lo que sale de nosotros lo recibiéramos
nosotros mismos ¿no?
Entonces sí que nos esforzaríamos por dar lo mejor
y por analizar la calidad de lo que vamos a entregar.
Recuerda:
Lo que de tu boca sale, del corazón procede.
Aprendamos a ser comprensivos y pacientes.
Pensemos antes de hablar y de actuar.

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